miércoles, 7 de diciembre de 2011

Atenas

Viajar a Atenas es sumergirte en la ciudad que explica nuestro presente, nuestro sistema político, nuestro pensamiento, nuestra ciencia, nuestra crisis. Cuando llegas, sin todavía poder ubicar bien su emplazamiento, te atrae la Acrópolis, la ciudad alta. Miras entre edificios, la buscas, tiene que destacar entre una ciudad sin grandes edificios, en una de las colinas. Si el objetivo principal de una viaje a Atenas es visitar la Acrópolis, contemplarla al atardecer, desde la base de la colina, iluminada, te permite retroceder al pasado, a imaginártela como la protagonista de la ciudad que albergó la Academia, el Liceo, las representaciones en el teatro de Dionisio de las obras de Aristófanes, de la democracia de Pericles, de las guerras con los persas, de las guerras con Esparta, de Apolo. Y por supuesto, la ciudad que fue ocupada por los turcos.
La primera noche era de exploración, de expectativa, de contemplación. Es agradable pasear por Plaka, y por supuesto cenar en una taberna típica, probar el cordero en alguna de sus variedades, la mousaka, tomarse un ouzo antes de cenar, y probar vinos griegos. No son excelentes, pero alguno como el retsina, con aroma a resina de pino, resulta curioso al paladar.
El domingo por la mañana, a las once, se puede asistir en el Parlamento, frente al monumento a los caídos en la plaza Syntagma, al cambio de guardia. Es bastante atractivo, sobre todo por la vestimenta de los soldados, con sus faldas blancas y los zapatos de madera rojos adornados de grandes pompones.
Desde la plaza Syntagma, te puedes dirigir a visitar la Acrópolis en dirección a Monastiraki, te encontrarás preciosas iglesias bizantinas (i.e. de la calle Ermou) en las encrucijadas de las calles peatonales, y puedes subir por el lado norte a través de las callejuelas dejando a la derecha el ágora romana y la biblioteca de Adriano.
Serpenteas por la ladera norte, preguntas en varias ocasiones cómo llegar a la Acrópolis, pues no hay apenas indicaciones.
Accedes a la Acrópolis a través de los Propileos, contemplas el restaurado templo de Atenea Niké, y penetras en el recinto. Lamentablemente está lleno de grúas. La visita es algo decepcionante, pues las obras de restauración, y los sucesivos expolios sufridos por la ciudad, te impiden “viajar al pasado”. Pero puedes pasear, ver el Partenón y el Erectión, observar Atenas desde lo alto, contemplar el mar y alguna isla cercana. Merece la pena salir por la otra ladera, para poder ver el teatro romano y el de Dionisio.
Desde allí, en dirección a Monistaraki, se puede visitar el ágora romana, un amplio recinto bien conservado y restaurado donde lo más destacable es el templo de Hefestos. Al salir de allí, tras callejear, no puedes dejar de entrar en las tiendas y tomar una cerveza en alguna taberna, para después dirigirte a la biblioteca de Adriano.
Otro atractivo de la ciudad es tomarse un café en Kolonaki, una zona residencial de nivel alto, y desde allí subir hasta Lykavittos, el punto más alto de Atenas, al que se puede acceder en teleférico, y desde donde se tienen unas bonitas vistas del Pireo, del mar Egeo y de la Acrópolis. En la cima de la colina se encuentra una preciosa capilla encalada de blanco.
En cuanto a los museos a visitar, si no tiene uno tiempo para visitar todos, debe ir, sin duda alguna, al Museo Arqueológico Nacional.

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